martes, 5 de enero de 2010

Con toda palabra, para despedir a Lhasa


Ningún año que se estrena con la muerte de alguien a quien se admira puede ser un año perfecto. Así que desde hoy, que he sabido de la muerte de la cantante Lhasa de Sela, sé tambien que 2010, por muchas cosas buenas que traiga, no será del todo perfecto.

Descubrí a Lhasa hace unos 5 ó 6 años, con su segundo disco, The living road. Me cautivó. Me parecía interesante como compositora, como cantante y como persona. Este descubrimiento me llevó a su primer trabajo, La llorona, y el pasado año me reafirmé en mi admiración con su tercer disco, Lhasa.


Algunas creaciones artísticas sobreviven a sus autores. Eso consuela. Nos quedan tres discos que son tres regalos plenos de sensibilidad y originalidad.

Este vídeo es de la canción Con toda palabra. Es una composición muy especial para mí. En un determinado momento de mi vida reciente me pareció que ilustraba a la perfección lo que estaba sintiendo, y que lo expresaba mucho mejor de lo que yo habría sido capaz de hacerlo. Para quién aún no conozca a Lhasa, esta es muy buena presentación, y para quién ya tenía la fortuna de disfrutarla, es un buen homenaje.






Este es el obituario que el periódico El País le dedicó ayer, día 5 de enero de 2010.


Lhasa de Sela, la voz de un ángel errante

Se llamaba como la capital del Tíbet. El nombre de Lhasa se le ocurrió a su madre cuando la pequeña había cumplido ya cinco meses: mientras leía el Libro tibetano de la vida y la muerte pensó que era el idóneo para aquel bebé muy sonriente y con los ojos algo rasgados.

La cantante y compositora falleció el 1 de enero en su casa de Montreal, a consecuencia de un cáncer. Tenía sólo 37 años. Hija de un profesor y escritor mexicano y de una fotógrafa estadounidense, Lhasa de Sela pasó su infancia recorriendo carreteras de México y Estados Unidos en un viejo autobús escolar convertido en el hogar de dos adultos, cuatro niñas, tres gatos, un loro, dos tortugas y un perro. Sin televisión. Ni electricidad ni agua corriente ni teléfono. Las pequeñas leían todo el tiempo y por la noche organizaban espectáculos.

Lhasa nació cerca de Woodstock (Nueva York), en 1972, y vivía desde los 19 años en Montreal (Canadá), donde llegó para estar con sus tres hermanas, que estudiaban en una escuela circense. Ya había despertado el interés de los medios musicales con su premiado disco La llorona (1997), al que seguirían The living road (2003) y Lhasa (2009), tras pasar un año en el sur de Francia en el pequeño circo en el que trabajaban sus hermanas, una como payaso; otra, funambulista, y la tercera, contorsionista y acróbata.

Creció escuchando a Violeta Parra, Chavela Vargas, Billie Holiday, Amália Rodrigues, Maria Callas... Siempre le atrajo la música triste, confesaba. El crítico británico Charlie Gillett comentó que, de haber tenido Nico y Leonard Cohen una niña en la década de los setenta, hubiera sido Lhasa.

En Montreal, acompañada por el guitarrista y productor Yves Desrosiers, Lhasa actuó durante cinco años en bares como Le Quai des Brumes o Les Bobards. Lugares ruidosos en los que cantaba con las manos en los bolsillos y los ojos cerrados para un público que bebía y hablaba. Lo explicó en una entrevista para EL PAÍS: "Me dije que no podía enojarme con ellos porque no tenían obligación de escucharme. Era yo quien tenía que hacer que quisieran escucharme de verdad y no por cortesía".

Según ella, cada canción surgía de una chispa y ya venía en un idioma determinado: español, inglés -las lenguas de mamá y papá- o el francés de la ciudad que la acogió. Sus composiciones se escuchan en la película de John Sayles Casa de los Babys, el documental de Madonna o la serie Los Soprano, y suenan a chanson francesa, folk norteamericano, blues, ranchera... Escribía frases como "tuve que quemarme p'a llegar a tu lado" y contaba en sus conciertos la historia de su abuelo libanés, que se escondió en un barco con destino a Marsella para huir de un padre que no lo quería. De La confesión ("Me siento culpable porque tengo la costumbre") aseguraba que tardó meses en comprender que se trataba de una fantástica explicación sobre la culpabilidad y cómo librarse de ese terrible sentimiento. Y Lhasa no quería sentirse culpable nunca más.


Esta es su web oficial.


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